La historia era la misma. Quien
me miraba a los ojos, claramente creía que era un loco psicópata a punto de
cometer una barbarie; sin embargo, el motivo de lo que llevaba por dentro, era
diferente… Horas antes, justo cuando la tarde caía, era presa de decenas de
interrogantes, las mismas que días atrás me sometían en una angustia
indescriptible, no parecía encajar dentro de mi sano juicio que intermediaba
entre un claro pretexto por sentir satisfacción por el momento que estaba
viviendo. De ese modo sufría por mis karmas y no había tiempo para apelar.
La noche husmeaba en mi interior buscando
mis puntos débiles, volviéndome paranoico y acechando mis temores; la casa
pertenecía a otro, que sin mediarlo, tomaba para sí todo cuanto quisiera. Era
así que pasaba de estar tranquilo a explotar y caer en pedazos como un edificio
en demolición.
A pesar de lo mucho que creía en mí, la
noche era una bestia feroz que me atacaba cruel y despiadadamente, y me
devoraba poco a poco ungido con las sales del abandono.
De igual manera vino la mañana y ahora ciento
que las horas pasadas fueron como un sueño que denotaban el insomnio aterrador
de un paraje desconocido en mi cabeza.