Una vez, agitado y pérfido…, día tras día, que así como de tarde también era por las noches. Ágilmente, sin esperar nada de la vida, jugaba con
mi presa. Lo hacía para sentirme vivo y moría cada día un poco. Eran esos días
en los que mi saliva recorría tu boca un poco. Días aquellos de los que ya nada
queda.
Siendo yo un depredador
hambriento de amor no sabía que pude haber tenido más…, más de lo que perdía,
más de lo que tenía, más de lo que sentía.
Las horas pasaban proscritas entre palabras yacientes en un pudor inexistente. También decía palabras cursis que no
dejé de suscitar, que aún hoy recuerdo.
Creí que eras un conejito al
cual, siendo yo un humano, tuve que darle todo mi afecto, todo mi amor.
Mi vida entera era esa caza
que me desquiciaba por infiel o por ser alguien incompleto, qué se yo… pero era
mía y la deseaba tanto como para olvidarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario